Si bien el yoga comienza con prácticas de técnicas psicofísicas,
éstas no son su finalidad, pues éstas técnicas son sólo la base de un desarrollo
espiritual. La finalidad del yoga, hace más de 5000 años, es el Samadhi, esa
experiencia de plenitud existencial que nos integra con Dios, el Universo o el
Todo; y ésta experiencia sólo se logra con la “educación espiritual”. Cuando
decimos educación espiritual, no nos referimos a educación religiosa ni a
religiosidad, nos referimos a que el espíritu y la espiritualidad pueden
transitar desde el mismo arte, siendo el arte la expresión del espíritu. El
arte expresa nuestros sentimientos.
El yoga enseña a desarrollar la "inteligencia
espiritual" del ser humano, entendiéndola como capacidad de adaptación
afectiva, sentimental y anímica de un individuo a su entorno. Esta capacidad de
adaptación espiritual, permite al yogui sobrellevar sentimientos y situaciones que
a otras personas les resultarían insoportables.
El yogui, como cualquier practicante de yoga, aprende a
sentir. Comienza a entender y a aprender que él no solo es lo que piensa, lo que
cree (mente) o lo que hace mediante actos (cambios físicos del mismo cuerpo y de
las cosas que lo rodean: acciones). El yogui, comienza a entender que su
espíritu es lo que él mismo siente. Y comienza a saber que es más importante ser que
tener.
El Maestro Swami Maitreyananda señala que el Espíritu son los
sentimientos del ser humano, aquello que el ser humano siente. El maestro
enseña que el espíritu se comunica con el cuerpo por la emoción y con la mente
por la emoción e intuición. El espíritu representa el conjunto de estados
anímicos y afectivos del ser humano. Lo que uno siente es guiado por el
espíritu, lo que uno piensa es guiado por la mente y lo que uno hace es guiado
por el cuerpo físico. El espíritu no es racional ni lógico. Si entendemos esta
visión podemos comprender como una asana o postura de yoga, puede llegar a ser
espiritual simplemente por la actitud (predisposición a un acto).
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